Misericordiosos como el Padre

Reflexión por: Monseñor Vittorino Girardi, Obispo. Diócesis de Tillarán, Liberia

El 11 de abril del año pasado, en la vigilia del 2do domingo de Pascua o de la Divina Misericordia, nuestro S. Padre Francisco firmó en el Vaticano la Bula Misericordiae Vultus, es decir, “el Rostro de la Misericordia” con que nos convoca a un Año Santo extraordinario con ocasión del 50 Aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II (8-dic-1965), sin duda el acontecimiento más importante de la Iglesia en el Siglo XX.  El mismo Papa Francisco ha querido que el lema o consigna del Año Santo fuera: Misericordiosos como el Padre.

Si recordamos al Papa S. Juan XXIII como “el Papa bueno”, al Papa Juan Pablo I, como “Papa de la sonrisa”; a S.  Juan Pablo II, como al “Papa viajero o el Papa de los jóvenes”, y a Benedicto XVI como al “Papa teólogo”, nos es natural afirmar que, al Papa Francisco, se le recordará como el “Papa de la Misericordia”.  Sus gestos antes que sus palabras siempre de impactante fuerza profética, son sorprendentes expresiones de extrema bondad y misericordia hacia los más necesitados, hacia los pecadores.

Parece que el Papa Francisco se ha propuesto ser la Voz de la Iglesia, de la que él mismo ha dicho y escrito que “siente la urgencia de anunciar la misericordia de Dios”.  La vida de la Iglesia es auténtica y creíble cuando con convicción hace de la misericordia su anuncio.

Ella sabe que la primera tarea, sobretodo en momentos como el nuestro, lleno de grandes esperanzas y de fuertes contradicciones, es la de introducir a todos en el misterio de la misericordia de Dios, contemplando el rostro de Cristo.  La Iglesia está llamada a ser el primer testigo veraz de la misericordia, profesándola y viviéndola como el centro de la Revelación de Jesucristo” (#25).

El Evangelista Juan nos narra que Jesús ya había muerto, y a pesar de ello a un soldado se le ocurrió, con un certero golpe de lanza abrirle a Jesús su corazón (cf. Jn 19,32). No cabe duda que esta escena cumbre, representa con una fuerza única, la profundidad del misterio de la insondable misericordia divina.

Si la palabra “misericordia” deriva de los dos términos latinos “miserum” (=mísero, vacío) y “cor” (=corazón), realmente el corazón de Cristo, por causa de esa lanzada, se ha vaciado, ha quedado con nada de sí, todo lo ha dado y se ha vaciado para hacernos espacio en él, para cobijarnos a todos, para ser nuestro refugio, de nosotros pecadores.  En su modo, del todo inesperado, de reaccionar a nuestro pecado. Casi que nos dijera: “si la única manera de que se convenzan de que los amo, de que son mi tesoro, es que descarguen en mí todo su pecado, su maldad, crucificándome, traspasando mi corazón… háganlo, con tal que “conozcan” y experimenten mi exagerado amor para con todos ustedes.

La lanza que abre de par en par el corazón de Jesús es como la flecha en el camino que nos adentra en el misterio de Cristo, “rostro de la misericordia del Padre”.  Hay que tener la mirada fija en Él para lograr el sentido definitivo de nuestro peregrinar de hijos pródigos hacia la Casa del Padre, con la plena certeza de que su misericordia es el acto último y supremo con el cuál El viene a nuestro encuentro.

Durante el año Santo estamos invitados a peregrinar, es su acto peculiar, imagen del camino que todos vamos realizando en esta existencia. Vamos peregrinando con los demás compañeros de viaje, y estamos llamados a caminar con los demás, ayudándonos, siendo buenos samaritanos, los unos para con los otros siendo “misericordiosos como el Padre”. Jesús en el Evangelio de San Lucas nos dice las formas concretas con que debe manifestarse la misericordia: no juzguen, no condenen, perdonen, den…; serán medidos según la medida con la que midan (cf. Lc. 6,37-38).

La Iglesia por su parte, a la luz de las Palabras de Jesús, ha ido enumerando las siete obras de misericordia corporales y las siete de misericordia espirituales.  Urge, en un mundo de tanta violencia, volver a ellas, practicarlas y enseñarlas… “pasar haciendo el bien” como Jesús, haciendo nuestro su modo de vivir; “revestirnos de Él”.  Misericordiosos como el Padre significa dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los privados de libertad, enterrar a los muertos…. Es tener “entrañas de misericordia” siempre con todos, empezando en el propio hogar, en que debe “circular el amor”, en el que debemos como respirar en una atmósfera de amor misericordioso.

Luminosas son las afirmaciones de S. Juan de la Cruz: “en donde no hay amor, pon amor y hallarás amor” y “quien anda en amor, ni cansa ni se cansa”.

Que nadie nos robe la alegría de amar y amar perdonando, “misericordiosos como el Padre”.

Monseñor Vittorino Girardi, Obispo. Diócesis de Tillarán, Liberia.

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